A la playa

Los minirrelatos de Patty

Me pregunto si dentro de muchos años recordará esas bonitas sensaciones y sonreirá feliz

Recuerdo perfectamente a la abuela dando pequeños suspiros en el asiento de atrás, dormida como un tronco, casi desde que nos montamos en el coche. Mi hermano y yo ocupábamos los otros dos asientos. Por aquel entonces, la seguridad en carretera dejaba mucho que desear: ni cinturones de seguridad atrás, ni sillitas para los peques, ni muchos menos airbags.

Viajábamos con las ventanas abiertas de par en par, porque era temprano y todavía entraba viento fresquito. Hacía apenas una hora que habíamos dejado atrás el mar, y nos esperaban cinco o seis horas de estreches, de aburrimiento y de cuándo llegamos.

Para nosotros era el tercer verano que nos escapábamos a la playa y esa semanita disfrutábamos a tope. Habíamos intentado llevarnos a la abuela el año pasado, pero ella decía que no, que no y que no, que ella no pensaba ni acercarse al agua. Pero en el invierno murió el abuelo y la notábamos muy tristona, así que mi padre se puso serio, y dijo que ese año nos acompañaría.

¡Qué cara puso al verlo! ¡Qué grande le parecía! Metía los pies en la orilla y daba pequeños saltitos hacia atrás para no mojarse más allá de las rodillas. Lo que nos reíamos mi hermano y yo intentando que se metiera un poco más, pero ella ni siquiera se había llevado un bañador.

A mitad de semana ya estaba aclimatada, como si hubiera vivido toda su vida a orillas del Mediterráneo. Se compró un bañador negro, porque decía que no podía quitarse todavía el luto, que ya hacía demasiado con meterse en el agua, pero una vez que entró, no había forma de sacarla. Era peor que nosotros; cuando mi madre nos llamaba para echarnos crema o porque era hora de irse, la que más remoloneaba era ella. Me alegro mucho de que viniera con nosotros aquel año, y varios después.

Mañana salimos de vacaciones, y nuestro pequeño conocerá el mar. Me pregunto si dentro de muchos años recordará esas bonitas sensaciones y sonreirá feliz, como sonreía la abuela cuando miraba aquella foto que mi madre colocó en su salón, donde sus nietos la miraban pícaros en lugar de atender al objetivo, y donde ella reía y reía, feliz de haberse atrevido por fin a meterse al agua.