viernes. 29.03.2024

Homenaje eterno del tiempo. La Historia continúa. A Ángel El Sorejo, por Germán Martínez Rica

Llegó el otoño. Y con él volvieron los susurros del viento. Esos que hacen temblar a las hojas, siempre predispuestas a volar.

Germán Martínez Rica

 Llegó el otoño, con sus colores muertos. Tonalidades a las que el sol sonríe desde arriba haciéndolas brillar. Llegó el otoño y con él volvieron los recuerdos. Esos recuerdos marchitados en el alma, recuerdos atados al pasado, a otras épocas, a otros tiempos. Y allí, junto a la hermosa torre de Castrovido, volví a pensar en él. Ángel García el “Sorejo” fue uno de esos hombres que hicieron historia. Ángel fue un hombre de pueblo. Y lo fue con sus virtudes y con sus defectos, con sus alegrías y también con sus “momentos”. Fue siempre lo que quiso ser, un hombre comprometido con su tierra y con su tiempo. Ángel García el Sorejo era de Salas, pero amaba tanto sus pueblos que siempre dijo sentirse un poco de todos ellos. Se ganaba la vida cuidando de su pueblo. Vigilando. Porque Ángel era como el águila real, siempre oteando desde el firmamento para que todo fuera bien. El “Sorejo”, eso sí, tenía su carácter. Mucho carácter. Tanto, que a veces llegaba a acojonar. Y lo hacía honestamente, pero acojonaba. Le acompañaba su voz, fuerte, ronca y rota y muy convincente. Y se sumaba su honesta mirada. Estoy seguro de que, en el duelo final junto al bueno, el Feo y el Malo sólo habría quedado él. Casi nada. De él recuerdo muchas cosas. Las dos ostias que me dio y que compartí gustosamente con mi primo Gonzalo por montar mal en bici. Recuerdo su lucha incesante por mantener el orden y la ley en Salas. También su trabajo como copista profesional. Y, sobre todo, recuerdo su esfuerzo incansable junto a otros grandes amigos por recuperar trozos de nuestra historia que habían quedado en el olvido. Su entrega y coraje por lograr recuperar la Torre del Castillo de Castrovido. Él fue uno de los grandes impulsores de aquel movimiento y por eso hoy la Torre le brinda cada mañana la mejor de sus sonrisas. Ángel García el Sorejo era un hombre de pueblo, de sus pueblos. Un buen hombre. Uno de esos que tienen todos nuestros municipios. Alguien diferente, de carácter, de palabra. Y allí, junto al castillo, el otoño ha regresado y con él los susurros del viento. El Arlanza, tranquilo y sosegado en verano, ha vuelto a despertar. Y ruge como un león sabiéndose el rey de la Selva. Y allí, en la senda que sube al castillo, las hojas juegan en el suelo y se cubren y se besan y forman un dibujo maravilloso que le dice al viajero como continuar. Allí, en aquella ladera mágica, los gorriones cantan recordándonos grandes batallas. Batallas, a veces entre hermanos, que regaron de sangre la tierra sagrada del viejo Reino de Castilla. Allí, donde la piedra tatuada por el amor al recuerdo reza “La Historia continúa”. Y es que Ángel fue un hombre de pueblo, de su pueblo, de sus pueblos. Esos que hoy y siempre le rendirán el mejor de los homenajes, la vida eterna… la inmortalidad del propio tiempo.

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