viernes. 19.04.2024

La Voz de La Anguila, por Juan Largo

“Yo nunca me iré del pueblo. Nadie me va a mover de aquí. Este es un sitio perfecto”, les decía en la cantina Isidoro a los demás jóvenes, poco antes de casarse el chico. Juan Largo

LaY poco antes de casarse, cuando estaba aquel verano metiéndose hasta las rodillas en el río, debajo de las estribaciones de las montañas, ese río que nacía a poco del pueblo de Isidoro, merodeando entre pinos hasta bajar a los pueblos que allí se habían instalado a su fecundidad, poco antes de casarse, se dice aquí, le salió la anguila entre las aguas tranquilas de agosto y he aquí que le dijo la anguila a Isidoro:

    -Ten cuidado, Isidoro, con la Balbina, tiene el pelo negro y siempre mira y mirará al Sur… No te cases con ella.

    Pero Isidoro, aun así, en setiembre se casó con la chica que adoraba desde chico, la Balbina, y celebró un ampuloso banquete, y les repetía a los mozos de su edad no casados que nunca, nunca se iría del pueblo…

   Y, al cabo de seis años, la Balbina, que tenía el cabello negro y los ojos verdes y tiraba para el Sur, que, a escondidas, regañaba al Sur, que miraba a los temporeros cuando venían por San Pedro, que no quiso decir “no” a la herida de hoz en la espalda de aquel jornalero segador que había venido con los suyos del Sur, y que se había aprestado a atenderle quitándole la camisa blanca y de sudor y sangre del accidentado y, empapándola en alcohol pasársela suavemente por la herida, la Balbina, se dice, hizo que su esposo no le diera hijos por no parecerle conveniente, e hizo que el marido se desilusionara con ella, con la mujer,  aunque cada vez, con las ventas de la sola hacienda, le regalara regalos mejores cada día, hasta llegar a empeñar la casa y regalarle a Balbina un collar de perlas que había llevado una señora condesa de más allá de la capital de la provincia…

     Pues lo que ocurrió fue que, la Balbina, la emprendió con uno de los jefes de cuadrilla de los agosteños yéndose definitivamente al Sur…, dejando entonces a Isidoro solo en la casa y teniendo en cuenta que ya no era su casa, sino la de un agente de empréstitos de la capital, y viéndose entonces ahora el hombre sin aquella mujer que había considerado un tesoro… ¡quedándose arruinado y menesteroso!...

    …Se tuvo que ir Isidoro hasta el pueblo principal de la comarca, a la plaza del lugar, a esperar le llamaran, tras la tala, de voluntario de carretas para el viaje al Sur, aquel mozo, Isidoro Regañón, que siempre había dicho en el pueblo y se había jactado, de que nunca se iría de allí, tornando la fortuna por sus pecados capitales y teniendo que ser llevado, con su lujuria, camino del Sur, por ver si daba alguna vez con aquella mujer por la cual se había desprendido de todo, buscándola para ver si acaso ella tenía algún recuerdo del norte en el cual la amó un hombre que no hizo caso a la anguila, criatura fina y susurrante que sabía todo en el río y en sus inmediaciones, y que tenía, aquella mujer si la encontraba, los ojos verdes y el cabello negro y que, sí, se había ido hacia abajo, en la Península, un día…

    -No te vanaglories nunca de tu fortuna, que la puedes perder— parece ser que dijo la anguila a un bañista de final del verano que quería darse el último baño en el río antes de que llegara el otoño y el mal tiempo…   

             Juan Largo Lagunas

La Voz de La Anguila, por Juan Largo