Cuestión de responsabilidad

Nunca, en mi vocabulario usual he utilizado la palabra “desescalada”. En mi casa, había una escalera de ascenso a la vivienda y al desván con unos “escalones”.

 A partir de la mitad de la altura, los peldaños giraban en ángulo recto hasta llegar a los aposentos convenidos. Al subir o bajar las escaleras con alguna carga de cierta enjundia, oía en boca de mi madre la misma recomendación: “Cuidado con los escalones”. Era muy fácil trastabillarse en el cambio de paso. Ahora, nuestros peldaños de la vida se ubican en una escalera incierta, sin conocer su trazado y destino final. En nuestro recorrido actual nos hablan de “desescalada”. Esta palabra usada hasta la saciedad nos lleva a la incertidumbre de su compresión lingüística. Si nos atenemos al lenguaje del deporte alpinista, la desescalada tiene sus parámetros concebidos para no sufrir riesgos en un descenso de picos de montaña de mucha altitud. Pero ahora no hablamos de escaleras, ni de laderas de montaña. Nombramos la palabra “desescalada” como una solución atípica de nuestra danza celestial  contra el baile del coronavirus”.

            En algunas áreas sanitarias de nuestra tierra estamos descendiendo el primer peldaño o fase hacia el encuentro con la vida de los demás. Y con nuestra propia supervivencia. Y este vivir nos demanda mucha comprensión y ayuda para que nuestros pueblos no mueran de inanición. Un regreso paulatino y responsable del comercio, de los autónomos, de los ganaderos y agricultores,  y de las pequeñas empresas, requiere una mano al hombro para su subsistencia. Pero el peldaño del turismo rural está destrozado. En nuestros pueblos no llego a construir un razonamiento plausible para la subsistencia de  de los bares, de los restaurantes y de la hostelería con estas prevenciones sociales contra el virus. En las diversas controversias referidas al turismo, parece que sólo cuenta el tema de “las playas”. Pero existe otra naturaleza esencialmente bella y saludable, como puede ser nuestra tierra de pinares. Corroboro mi afirmación con lo dicho por el célebre paisajista de la monarquía austriaca Emil Schinder en su solaz entre montañas: “Cuando estoy rodeado por la Naturaleza me siento como ningún hombre se ha sentido jamás”. Hay que unirse pero no para estar juntos, sino para encontrar soluciones. Algo tendrán que decir los Ayuntamientos locales. Si no vamos resolviendo los problemas poco a poco, nos garantizamos un problema mayor e insoluble. El objeto de toda discusión no debe ser el triunfo personal ni la degradación del oponente sino el progreso social. Porque cada contrincante tiende a defender sus propuestas infalibles, pero no la verdad de los hechos y su solución.

            Sabemos que un poco de levadura hace levantar la masa. Cada persona tiene asumir su propia responsabilidad en este revivir de los pueblos. Tendemos a la falacia de una critica negativa para todo lo que no sea mi yo y mis alrededores. Cuando los ánimos están alterados, cualquier impulso inclina la realidad hacia el lado de mayor riesgo. Nuestro enemigo es el “coronavirus”. El resurgir de los pueblos es cuestión de responsabilidad. De todos.

           

Guadalupe Fernández de la Cuesta