Hambre de sol y fiestas

Estamos bajo las sombras, no sólo del invierno con sus tempranos anocheceres, sino bajo esas otras umbrías donde no se vislumbra la luz de la esperanza contra una pandemia pertinaz en sus contagios, y con nuevo traje de presentación.                         

 Pero podemos buscar, con nuestra inteligencia e imaginación, momentos felices. Y con esa suma de los instantes dichosos labramos nuestro destino con un trazado vital porque así lo hemos elegido. Opino que la felicidad que nos deseamos en la vida, y en estas fiestas navideñas, consiste en tomar conciencia de las adversidades que se nos avecinan. Creo que sin una dosis de superación de los contratiempos, no se produce la felicidad. Sobre todo, cuando estamos programados para el disfrute, en cualquiera de sus variantes. Es como esa leyenda de “la piedra en el zapato” que impide andar y tener libertad de movimientos. Ese impedimento se alivia al descalzarse porque nuestros zapatos son fáciles de quitar y poner. Cada uno de nosotros tenemos nuestras propias “piedras” mentales en la conciencia: demasiados prejuicios; pensamientos negativos; escasez de empatía; aversión al contrario por su forma de ser; deseo excesivo de vanagloria... Todos esos tropiezos son funestos para quien desee encontrar su momento de felicidad.

            A veces, después dar mil vueltas a preocupaciones sin consistencia alguna, llega el momento de abrir las ventanas y sentir el aire nuevo. Es otra manera de dar la vuelta a los sentimientos negativos. Empezamos por otear las cumbres y dibujar en la mente los árboles secos y el pinar verde. Salimos a hablar con la gente, no sólo para desahogar sinsabores, sino para sacar los recuerdos de la vida, con sus verdades y sus contradicciones. Podemos compartir los sentimientos en camino de ida y vuelta, y  mirarnos en unos ojos que nos devuelven amistad y gratitud. Es gratificante arrimar el hombro para subsanar las necesidades de cualquier vecino atribulado por sus reveses en el vivir. Y, de vez en cuando, llamar al timbre de la felicidad sin aspavientos, en suaves toques. Y charlar. También nos vale un teléfono e hilar frases de cariño y amor para los nuestros, la familia y los amigos. Y sonreír.

            No es fácil dejar por escrito estas opciones del vivir el presente con instantes felices. Es cierto que me voy a las nubes cuando el lodo enfanga el calzado que me he de quitar para eliminar la piedra en el zapato. No sólo he de hacerlo en Navidad donde se nos hace obligatorio ser felices. Ahí están los reencuentros familiares y comer turrón todos juntos. Y las celebraciones litúrgicas con sus villancicos y los Belenes  Mis deseos pasan por  suscribir una apuesta para instalar los momentos felices en la conciencia de las gentes de mi tierra. Aún con nuevos programas, si la pandemia obliga  Subo al cielo con este envite. Nos quitamos la piedra del virus del zapato adoptando toda suerte de actitudes prudentes para evitar contagios. Así se camina bien.

Guardo un poema que escribí hace muchos años al que titulo “Momentos”. Estas eran mis sensaciones: “He querido sin medida/ sembrando besos al viento/. El aire que respiro lleva las caricias/ que doy sin pensar/ si tienen o no camino/. Sólo una mirada/ puede transportarme al cielo/. Siembro en buena tierra/. Recibo en abundancia, más que doy/. ¡Qué gente me rodea! ¡Gracias a todos los que me queréis!/ Escribo al dictado y no corrijo/ para no tirar al suelo/ estos momentos íntimos/”.

 

Guadalupe Fernández de la Cuesta.