Incendios forestales
Veo las imágenes de los montes en llamas que elevan al cielo la destrucción de la vida en la Naturaleza y la de los pueblos aledaños en amplios territorios de nuestra España, sobre todo la “Vaciada”, y se me eriza la piel.
En nuestra tierra de Pinares, y en muchas poblaciones rurales, consideramos a los montes como una prolongación de nuestro hogar. O así lo veo yo. No soy experta en temas forestales ni de agricultura y ganadería. Los incendios que están devastando tantas hectáreas han promovido la falta de vida en la Naturaleza y una clara adversidad en las personas que han perdido las prebendas del vivir. Afortunadamente nuestra tierra se está librando, por ahora, de semejantes infortunios. Pero no abrazo la seria probabilidad de algún incendio oportunista. No hace tanto tiempo los vecinos del pueblo oteaban cada lugar ante el riesgo de fuertes tormentas con rayos y escuchaban los rumores de la sierra para prevenir fuegos forestales. Por eso se hacía limpieza de montes; subasta de leña; entresaca de varas…Entendíamos el pinar como una prolongación de nuestro hogar y así lo cuidábamos: Nunca se propagó un incendio de colosales dimensiones porque al fuego se le arrancaba todo su poder destructivo apenas se vislumbraba una espiral de humo en el horizonte. Las gentes sin conflicto alguno, todos a una, se proponían apagar las llamas con bidones de agua en camiones, labrando cortafuegos con herramientas varias y con mucha fuerza de voluntad para no entregar ni un pino más al fuego. Se luchaba contra cada rama o arbustos secos. Todos los del pueblo éramos sus dueños y los forestales nuestra ayuda.
No voy a entrar en cuestiones políticas porque están fuera de mis perspectivas del vivir aunque mis sentimientos me hablan de falta de responsabilidad en algunos mandamases. Por ejemplo: ahora el pinar está sucio. Lo vemos todos. Hay rastros de leña y de ramas caídas por caminos ya desdibujados por la maleza. La Tierra no nos pertenece, dice un refrán. Somos nosotros los que pertenecemos a la Tierra. Y la debemos cuidar. El medio ambiente es una herencia que recibimos de nuestros padres y un préstamo legado a nuestros hijos y nietos. La agricultura y la ganadería son actividades económicas estratégicas para la sociedad y es fundamental para mantener el territorio rural vivo. Nuestra supervivencia está íntimamente ligada a la comida que comemos y al agua que bebemos. Y no se producen en las urbes. Los pueblos vacíos abordan la melancolía, el miedo, la ausencia de vida. En ellos se ha escrito la historia de la existencia humana como un poderoso motor de supervivencia. El campo y los montes de pinos y arbustos, son los pies que nos sostienen. Esos pies están ardiendo en muchos lugares. Las llamas de los incendios escriben en rojo toda la ausencia de ayuda a la vida de los bosques, del campo y de la agricultura.
La poesía de la Naturaleza ha muerto. Produce una inmensa tristeza pensar que nuestros montes hablan mientras el género humano no escucha sus lamentos poéticos y de supervivencia.
Guadalupe Fernández de la Cuesta