Resucitamos a la primavera

Ha transcurrido la Semana Santa en medio de un temporal nefasto para la celebración de los diferentes actos litúrgicos callejeros con procesiones engalanadas con ricos atavíos y acoplamientos humanos de encumbradas tradiciones.

 

Esta devoción por las diversas imágenes llevadas a hombros por las calles y plazas es consustancial a sus gentes que viven estos actos ancestrales con gran afecto y sensibilidad. El cambio de tiempo nos ha traído la nieve en nuestra tierra. Ello ha supuesto una atracción turística con un alarde de coches en carreteras con barro y “parpagina”. No es mi paisaje. Para mí, los copos de nieve y la lluvia encierran en sí mismos todos los bártulos de una pintura de Sorolla. Tiñen de blanco las cumbres de los montes y llenan de perlas nacaradas los estallidos de las plantas en el inicio de la primavera. Las gotas de agua bailan en el suelo y suenan a vida en los ríos. Nuestros pueblos han llamado a sus gentes y al turismo en estos días de Semana Santa que han sujetado el frío en sus casas, bares y restaurantes. Por eso repito hasta la saciedad: Ni un pueblo sin bar. Ni un “Parque Natural” sin Restaurante-Hotel. A pesar de estos paisajes de cielo, los improperios dictados al mal tiempo en días vacacionales son juicios hechos a un presente desafortunado. Pero esta agua caída del cielo es una resurrección. Dice el refrán: “No hay mal que por bien no venga”. Esto mismo vale para nuestros ríos, tierras y pinos. Estas borrascas han curado la sequía. El agua cubre nuestras necesidades de su uso y disfrute y alimenta a nuestros montes que ya resucitan el amarillo de las “aulagas” y el verde de los prados, matorros, brezos, tilos y demás especies vegetales que suman flores a sus hierbas y ramas. La resurrección de la tierra y de nuestros montes está prevista. No así su población. Habrá que encontrar otras “procesiones” –procesos- de restauración.

            Hago uso de este hueco del periódico para hablar de mi pueblo, Neila, y de mis paisanos. Ahora he regresado con mis hijos y nietos y con la ausencia del marido por su muerte no prevista tras su rara enfermedad. No sé donde localizar todas las palabras de gratitud ante tanto abrazo y tantos sentimientos e historias compartidas con todos los del pueblo a los que llevo en el alma. Eso ocurrirá con todos aquellos que hayan pasado por el mismo trance del morir cercano. Yo no he vivido la realidad del deber social del pésame. He vivido la empatía y cariño de los que vivimos la misma experiencia y la misma adoración por las personas del pueblo. Hablo de Neila y su paisaje majestuoso que nunca podrá morir mientras tenga un aliento de vida en los despachos donde el razonamiento y el sentido común prevalezcan sobre los papeles legislativos. Hablo de sus gentes que me llevan a la resurrección de un vivir viendo la luz de las estrellas. Quiero a Neila y allí he sentido el afecto de todos en estas fiestas de Semana Santa. Pero volvemos a la soledad con las puertas de las casas cerradas. Esta actitud de ayuda mutua se puede hacer realidad con ayuda compartida. No en residencias sino en ayuda doméstica. Neila y sus gentes son la luz en mi camino.

 

                        Guadalupe Fernández de la Cuesta