Ríos secos y libros cerrados

Las vidas son ríos que van a dar al mar, que es el morir”. Inicio esta opinión con la metáfora de las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. A mi edad y en el contexto orográfico anidado en mi campo emocional puedo hablar de muchos arroyos que se unen a otras corrientes de agua y se transforman en riachuelos.

 Estos riachuelos confluyen con otros de mayor caudal hasta formar ríos de gran trascendencia para las tierras ribereñas. Y tras este recorrido saturado de trayectos épicos o líricos se otea la desembocadura en el mar. Los mayores en edad la estamos percibiendo. Ahí está el morir. Pero antes tenemos una historia que contar. Somos libros abiertos. Y no son cuentos. Nuestra vida la dejamos escrita en ejemplares donde describimos cómo afrontar el curso del vivir con sus relatos positivos y sus adversidades. Narramos toda la trayectoria del campo sentimental y empático con aciertos y errores cometidos. Las personas de mi edad hemos aprendido nociones básicas en la escuela con un material escolar de pizarra y pizarrín y un encerado en la pared donde hacíamos las operaciones matemáticas y frases al dictado con tiza. Los niños mayores podían presumir de tener un cuaderno a rayas donde escribir con pluma de tinta y un tintero en la mesa.  En el epílogo del relato resumimos todo el cariño que hemos dado y recibido. Esa es nuestra valía. Ahora nos toca vivir en un mundo donde predomina la informática, las redes sociales, la inteligencia artificial y un largo historial de avatares tecnológicos que nos dejan patidifusos. No nos vemos capacitados para resolver nuestras cuitas en el devenir de nuestras vidas.

Muchos mayores sufren el “Edadismo” que supone una discriminación por motivos de edad. Los llenan de perjuicios sobre sus sentimientos y su forma de actuar bajo unos pensamientos proscritos. Añaden en sus alegatos que todas las personas mayores son frágiles, dependientes y nada aportan la sociedad. A las personas sufrientes de Edadismo no se las ve y por ello disminuye su calidad de vida. Esta percepción afecta a la generosidad y solidaridad entre las generaciones venideras. Hasta tal punto ha llegado el disparate que muchos niños, y menos niños, han dejado de escuchar a todas aquellas personas mayores que pueden ofrecerles un antídoto contra los fanatismos de convivir en las redes sociales. Creo que el atasco de vivencias en el mundo de la informática y de la tecnología los aíslan en sus relaciones personales y sociales. Los de edad avanzada sabemos que los fracasos suceden muchas veces por error, descuido o irresponsabilidad. Las cosas son así. No lo decimos por resignación, sino por sabiduría del vivir. La fonética y el lenguaje gestual presencial son los manantiales del amor y de la convivencia. Envejecer es cómo escalar una montaña. Mientras se sube nos disminuyen las fuerzas pero ampliamos el horizonte de la experiencia y del aprendizaje del vivir. Nuestro deseo es llevar un buen caudal afectivo a la desembocadura. No somos libros cerrados ni cauces secos.

  “El arte de envejecer es el arte de conservar la esperanza”. André Maurois

 

                    Guadalupe Fernández de la Cuesta