Tiempos festivos

Desde la entrada del verano los pueblos de pinares dibujan en el paisaje un mapa variopinto de festejos con una vocación abstracta de airear el divertimento.

La calle es el río donde desembocan los encuentros, la bulla reprimida, las charangas, los espectáculos, las verbenas… En sus bordes, las casas abren las ventanas y airean las habitaciones silenciosas del invierno para acoger a los hijos, nietos y demás parentela que desempolvan recuerdos de otros veranos mientras enhebran proyectos de fiesta. Sólo hay que hacer un repaso a nuestro periódico “Tu voz en pinares” para que las imágenes, en un derroche de color y buen tino, hablen de nuestra sabiduría popular en el arte de la buena convivencia y mejor animación en las celebraciones festivas. Es la magia de la sierra de singulares y armónicos paisajes, garante de buena gente, a la que debemos el equilibrio de nuestras vidas. Con esta mesura, gozamos de nuestras tradiciones, de nuestros patronos a quienes llevamos en procesión ofreciéndoles nuestro futuro, de los bailes en la plaza “sueltos” o “agarraos” y del corte de mangas a la rutina y a la soledad.

Nostalgias añejas surcan la piel de los que vamos padeciendo la hemorragia de los años por una sangría inquebrantable del reloj. Nuestra memoria desdibuja recuerdos modificados por la imaginación, y a nuestra juventud cosemos circunstancias, felices o desgraciadas, según convenga al relato. Comentamos los hechos tantas veces que creamos una realidad donde sólo hay ficción. Nuestros enamoramientos eran reales y venían trenzados entre músicas y anocheceres de luna plateada y nuestra juventud nada tiene en común con los comportamientos de los jóvenes de ahora que airean sus caricias y sus amores en noches oscuras y esplendorosas. Los adolescentes y los jóvenes sorben la vida entre sus responsabilidades, sus divertimentos y sus placeres. Ver sus caras alegres de mirada amplia y gestos alborozados en sus rostros, nos llevan a comprender que sus actitudes predicen un buen augurio para la tierra de pinares y un buen “rollo” para ellos. En sus grupos sociales festivos y de algazara olvidan los aparatos electrónicos con los “influencers” de turno y retoman sus recuerdos y esperanzas para un posible futuro optimista. También en la utópica vida rural.

          El verano y sus fiestas atrapan a los niños que juegan a mayores en los espacios abiertos, con su mochila vacía de horarios y de contenidos pedagógicos. Salen al encuentro de aventuras insospechadas con el bagaje de su imaginación y su fortaleza. Es el reencuentro con sus raíces. Ahora los niños, en general, son auténticos deportistas. Manejan la bicicleta, los partidos de pelota, futbol, carreras… Los pueblos de pinares están llenos de vida. Nosotros, los mayores, jugábamos con las piedras y vegetales que transformábamos en juguetes interactivos. Pura imaginación. Y a juegos grupales: La “pita”, la “chítola”, la “incarroma”… Ahora vemos a nuestros herederos, tanto a niños como adolescentes y jóvenes, viviendo con alegría sus juegos y relaciones sociales en espacios abiertos ¡Qué gran fiesta!

 

          Guadalupe Fernández de la Cuesta