Y la luz se apaga

Se utiliza la expresión: “Había una vez…” para iniciar un cuento ideado para el desarrollo imaginativo de los niños.

 Pero mi comentario de hoy, cuando esto escribo, no se basa en un relato imaginario para el deleite de los más pequeños, sino que responde a una realidad vivida por mí, y mis convecinos en este mes de agosto. Hemos asistido a la apertura de casas cerradas en el invierno que han dado un gran respiro al vivir del pueblo. Pero una anormal tarea he ido observando en mis paseos por el monte: tala de árboles y plantas varias para dejar unas vías abiertas de tierra… ¿Para qué?  En mi supina ignorancia sobre el tema, hube de cerrar mis cavilaciones hasta que vi emerger unos soportes metálicos de gran altura para un tendido eléctrico. Me informan que los antiguos postes son de hormigón, que tienen muchos años y hay que cambiarlos. El promotor de todo este entramado es Iberdrola.

            Siguen los días de agosto y tras las ventanas abiertas de las casas surgen los preparativos para las fiestas. Una mirada triste y melancólica se cierne en mi mente al ver estos postes de metal clavando su filo en este paradisíaco paisaje. Es una manera de ametrallar un entorno idílico que, en su día, las autoridades políticas de turno lo declararon “Parque Natural de las Lagunas Glaciares de Neila”. Un informe de “Impacto Ambiental” promulga que se tomen las medidas de integración suficientes en todas las obras para no producir afecciones en el paisaje. Pero esta normativa es pura verborrea. Somos pueblos de la España Vaciada y “pa qué” pedir más. Hemos tenido luz con cortes esporádicos por “incidencias en el suministro” con un “tiempo estimado de reposición”. Y así entramos en los días de fiesta, con un solo generador de luz en un cerro próximo al pueblo. Digo bien: ¡Un solo generador!  Hay orquestas, bailes, comilonas, y se hace de la noche, el día. Hay que vivir el presente. Hay que disfrutar. Y gastar mucha luz para satisfacer las necesidades de todos.

            Y llega el sábado, día 27 de agosto. El reloj marca las 8,30h de la tarde. Es la hora de callejear, de ver a los amigos y familiares, de tomar algo en el hotel del pueblo, o en el bar El Macho que están en su mayor afluencia de gente. La algarabía juvenil se hace eco en las calles. Y de pronto, ¡zas! Se va la luz. La noche ya ha hecho su aparición. ¿Qué pasa? –nos decimos unos a otros alarmados-. La luz de algunos móviles permiten algún escaso movimiento. A rachas nos van llegando noticias sobre el apagón. Se han producido incidencias en el  “único” generador que suministra luz al pueblo. Tiene que llegar otro nuevo. Toca  esperar. ¿De dónde viene? ¡De Bilbao. Y                                 luego hay que montarlo! El desbarajuste es real, aunque parezca el desarrollo imaginario del cuento: cenas programadas en el hotel anuladas; servicios del bar del pueblo sin hacer… Nada funciona. Sólo unos pasos oscilantes nos llevan a casa. Eso sí, arropados bajo las estrellas donde divisamos las constelaciones tantas veces olvidadas. El corte de luz dura siete horas. El final del cuento no es el feliz, sino que seguimos con un solo generador eléctrico las veinticuatro horas del día. ¿Hasta cuándo? Esperemos que, a través de estos “sables metálicos”, el nuevo suministro eléctrico definitivo llegue pronto.

            “De diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea”. A. Machado “Campos de Castilla”.

 

            Guadalupe Fernández de la Cuesta