Las zonas rurales soportan un estado de alarma demasiado restrictivo

Ya sabemos que cuando vienen mal dadas, las peores consecuencias siempre las sufren los más vulnerables. La crisis sanitaria y económica del coronavirus arrastra buena parte de sus repercusiones más desastrosas hacia las zonas rurales.

Estamos sufriendo los contagios por el Covid-19,- situación que se ha cebado en algunas residencias, familias y poblaciones-. Hemos visto como se ha caído la producción de algunos de los sectores económicos determinantes, y nos han machacado las expectativas del turismo rural, considerado como uno de los pilares de la economía comarcal, basado en la dotación de recursos naturales, históricos y culturales que atesoramos y comenzábamos a poner en valor.

Mal de males. Las ayudas económicas puestas en marcha por las administraciones llegan a estas zonas con cuentagotas, condicionadas por un farragoso proceso de papeleo y exigencias.¡Sabrán cómo se vive en los pueblos¡. Los apoyos no encajan para muchas de las actividades que sostienen la economía familiar en estas zonas, y se da la circunstancia que autónomos y pequeñas empresas no tienen cabida en las ayudas con las que justifican su intermediación en la crisis las administraciones nacional, regional y provincial.

Una vez más no se ha tenido en cuenta la diferenciación de lo rural en el control de esta pandemia. Colectivos y vecinos de los pueblos de la zona han alzado su voz a través de las redes sociales para que se contemplaran prácticas habituales en los pueblos como los paseos por el monte, las tareas en los huertos o el cuidado y manutención de merenderos y su entorno, actividades con las que, en nada se ponía el riesgo la salud de las personas, y ayudaba a aliviar el confinamiento, mejorar el ánimo y bienestar y aprovechar un recurso vital para estas zonas, como es el medio ambiente.

Lo mejor de esta pesadilla ha sido la solidaridad. He redescubierto con gran regocijo la capacidad de ayuda que tenemos en estos pueblos. Cómo dimos un brinco desde un primer momento, y nos pusimos manos a la obra en la fabricación de mascarillas, batas, ayudamos a hacer la compra a las personas mayores, acercamos medicamentos a las casas, desinfectamos calles, plazas y centros, e hicimos donaciones de gel, papel o guantes. Ha sido un puntazo que pone a prueba nuestra capacidad de resistencia, animada por la edición de vídeos, confección de carteles, imágenes, talleres o cuentos. Este horror ha sacado parte de lo mejor de nosotros. Y esto nos hace olvidar males mayores. Gracias  a todos.