DESCUBRIENDO BRUSELAS

El gran escritor, viajero y fotógrafo suizo Nicolás de Bouvier solía afirmar que uno cree que cuando viaje va a hacer simplemente un viaje sin saber realmente que es el viaje el que lo hace a él. Yo creo que viajamos por necesidad, por un afán de respirar aires nuevos y limpios que nos permitan sentir con intensidad emociones distintas tratando de encontrar respuestas para nuestra vida. Yo emprendí uno de mis primeros viajes siendo un mozalbete que hacía muy pocos años había terminado la carrera de periodismo en la Universidad de Navarra. Fui contratado gracias a una Beca para trabajar como redactor en prácticas en Bruselas en la Patronal de Empresas Europea. Al llegar a aquella preciosa ciudad, mi sorpresa fue encontrarme con una jefa maravillosa que me hizo sentir como en casa y me dio una semana para conocer aquella impresionante ciudad. Yo me lo tomé al pie de la letra y así el primer día, entre paseos, alguna que otra cerveza, compras y búsqueda de monumentos me vi en una esquina solo y perdido sin saber cómo llegar a casa. Oí voces en español y me apresuré a pedir ayuda. Eran un joven apuesto de unos 40 años que conducía,  una señora elegante y simpática de 50 que iba a mi lado  y un señor mucho más mayor delgado, con barba blanca de varios días y con pelo cano que acompañaba al conductor. Les comenté lo que me sucedía y sin dudarlo dos veces me dijeron que montara con ellos en el coche y que me acercarían a casa. Estaba salvado y di gracias a Dios la verdad. En el coche simplemente me dediqué a escuchar la conversación. Venían de un viaje trasatlántico y hablaban sobre la organización del próximo destino, ayuda internacional y ONGs. Tras varios minutos, la señora de voz dulce y atemperada me preguntó si sabía quién era Vicente Ferrer. Mi respuesta fue tan tonta como espontánea. Le dije que era un poeta, un gran poeta. Y los tres sonrieron al unísono durante un rato, algo que me hizo pensar. Tras veinte minutos maravillosos en compañía de mis ángeles salvadores, me dejaron justo al lado de mi portal mientras me despedía con besos y abrazos de enrome agradecimiento. Nada más entrar consulté Internet y rápidamente me di cuenta de por qué sonrieron tanto en el coche con mi respuesta. Vicente Ferrer, el gran filántropo español, era aquel anciano de pelo cano que viajaba conmigo aquel día. Una anécdota increíble de un viaje inolvidable que formará siempre parte de algunos de mis mejores recuerdos.