Y ahora, qué hacemos

He realizado un viaje relámpago a Madrid para hacer los deberes de las citas médicas que nos debemos las personas de edad avanzada en este camino del vivir.

              

 En el amanecer capitalino, cuando vislumbramos edificios muy lejanos a la orografía montañosa emplazada tras los cristales de la casa de Neila, miro mi móvil con la esperanza de ver el saludo mañanero de los hijos. Y por más que manipulo las teclas de encendido y demás aplicaciones, sólo aparece una palabra inmutable en la pantalla: Samsung. Sin más. Con las prisas del regreso al pueblo,  acudimos, sin tiempo de espera, a la empresa de Movistar donde tengo el contrato de telefonía. Y allí, el técnico, con escasas palabras, me afirma que mi móvil no funciona, que la tarjeta  esta inoperante, y que he perdido todos los datos: teléfonos, whatsaps, fotos, y todas las restantes aplicaciones de “uso y disfrute”. Y me da otro móvil nuevo sin otro contenido que el formato y poco más. Hice todo lo posible por contener mi desesperación porque, según un aforismo, esa situación es el dolor de los débiles. Y cada fracaso nos enseña algo que necesitamos aprender. En esos momentos, tenía que vivir el “ahora”. Y tratar de ver un acontecimiento trivial, insignificante en comparación con otros asuntos de mayor enjundia para el vivir.

            Y así, con este ánimo maltrecho, pude ir al reencuentro de los números de teléfonos de los hijos, y con su ayuda pude lograr mi alegría y satisfacción, no sólo por sus soluciones técnicas sino por las palabras de aliento y cariño ejemplares. La costumbre de ver el lado bueno de las cosas vale una fortuna. Con esta emoción contenida y con el resultado de una cita médica sin contratiempos a destacar, hicimos el regreso al pueblo. Pero el “poder del ahora” me llevó a la costumbre de mirar al móvil, por ver mensajes u otras “tontunas” inconcebibles en el buen quehacer razonado, con premisas acertadas y conclusiones certeras. Este vacío se llenó con la atención profesional de un joven muy preparado y con mucha experiencia en móviles, de Quintanar de la Sierra. Su pedagogía y silogismo va más allá de su compromiso comercial en la venta y atención a los clientes. Tengo en mis manos un móvil adecuado a mis necesidades, que no son muchas, y un juicio equilibrado y sustancial de la calidad humana de nuestros jóvenes, y menos jóvenes, que echan por tierra todos los infundios y malversaciones intencionadas respecto a sus conductas y proyectos de futuro.

            Los que tenemos edad, sabemos de contactos y desahogos en comunicaciones telefónicas a través de una centralita que manejaba una operadora a la que había que solicitar cita para establecer la hora de la llamada. Su trabajo consistía en colocar una serie de clavijas para establecer la comunicación. Luego, establecida la llamada, pasábamos a una cabina telefónica.  Desde ahí llegamos a tener teléfono de disco giratorio colgado en las paredes. Y nueva innovación con la aparición de los teléfonos autónomos de un tamaño mayúsculo. Y así, con tanto desarrollo, llegamos a la situación actual de los móviles, donde se lee, se comunica, y aún se describe al planeta Tierra con una singularidad pasmosa. Y basta con escribir, por ejemplo, un pedido comercial, para que llegue a la puerta de casa las compras solicitadas. Con estas premisas, los pueblos darán el óptimo uso a una vida placentera. Esa es nuestra lucha. Ese es nuestro “Poder”. Ese es nuestro “Ahora”.

 

            Guadalupe Fernández de la Cuesta