
Poco a poco lo intento, pero sangre seca en mis pestañas no me lo permite. Intento enfocar, aunque no veo nada. Algo empieza a tomar forma en el caos. No sé lo que es y me asusta. ¿Dónde estoy? ¿Qué me rodea? Pestañeo varias veces sin creerlo. Miro por todas partes. Me ahogo. Toso. Me duele. Me quema el pecho. El corazón me va a mil. Es una pesadilla. Peor aún, es un infierno y es real.
Es aterrador. No hay nada, solo ruinas. Todo está destruido. Pero, al otro lado, veo un bulto. Un rayo de esperanza me anima a seguir. Me acerco, arrastrándome por los escombros. Piedras y cristales cortan mi cuerpo. Me duele, mucho. Aun así, continúo. Me acerco y lo que veo, me paraliza. ¡Es ella, mi madre! Tiene los ojos abiertos, pero no me ve. Su mirada está fija en el cielo. No se mueve. La llamo con voz baja. ¡Mamá! Más alto. ¡¡Mamá!! Grito. ¡¡¡Mamá!!! Ese pitido de mi cabeza en el silencio no para. Me acerco a su cuerpo y la zarandeo. Aparto la mano rápidamente, con miedo: su cuerpo está frío y rígido. La realidad me golpea el alma. ¡No! ¡No! ¡No! Solo tiene frío y la tapo con lo primero que cojo, una manta rota llena de polvo.
Me derrumbo y grito, pero no sale ningún sonido de mí. Me desgarro por dentro. Un último aliento sale de mi boca y se nubla todo. Ya no tengo fuerzas. Las sombras se apoderan de mi mente y caigo, sin esperanza, sin fuerza, sin vida. Solo una pregunta atravesó mi espíritu: ¿por qué?
Esta podría ser la voz de cualquier víctima, niña, adolescente o adulta, en cualquier conflicto en el mundo como en Ucrania, Sudán, Chad o Yemen. Pero hoy, el más sangriento, se produce a diario en Palestina, casi trasmitida en directo y bajo nuestra lejana mirada. Cada hora, muere un niño o una niña. Ya son más de 20000. ¿Se lo merecían? Casi dos años de guerra, más de 65000 muertes. Un ataque desmedido ante unos atroces crímenes de 1400 personas cometido por terroristas. Pero hoy, 155 países de la ONU han reconocido el Estado de Palestina, 700 días después, y ha puesto nombre a esta barbarie, el mayor crimen contra la humanidad: genocidio. Y, esta guerra ¿para qué? Intereses, sobre todo económicos, de unos pocos que pagan la mayoría, incluso con su vida, piezas prescindibles de su tablero. Las guerras no sirven, destruyen, sacan lo peor de la humanidad y aniquilan todo a su alrededor. Da igual la religión, la ideología o el origen. Todas las víctimas cuentan. Alcemos la voz para decir basta, no más muertes de inocentes, que el único pecado que han cometido es nacer en un lugar: Palestina. Se acaba de redactar un acuerdo de paz. ¿Funcionará? ¿O la sinrazón y terquedad continuará? Veremos en los días venideros. Miles de vidas, dependen de ello. Queremos una Palestina viva, libre, no una que solo se recuerde con nostalgia en los viejos libros de texto.