
Cristina siempre ha sentido un vínculo muy especial de unión con su familia, sus raíces y su pueblo, un lugar mágico en el que siempre se ha sentido segura y feliz. Su padre, Alberto Gallego y su madre Clare, de origen irlandés, gestionan en Burgos la academia de inglés “The English Study”, situada en la calle Concepción de Burgos, muy cerca de la iglesia de San Cosme. Tienen dos hermanas mayores, Patricia y Ana, a la que ama con locura. “Se podría decir que mi abuelo Amancio, que ya tiene 97 años y sigue viviendo en Hacinas es el pegamento de la familia. Fue carpintero, ganadero y agricultor y todavía, a su edad, sigue muchos días trabajando en el taller. Mi abuela Maximina también fue el pegamento de la familia hasta que murió hace ahora siete años. Sus hijos son mi tía Marisol, mi tío Ignacio y mi padre Alberto. Marisol tiene una hija que se llama Sofía y es la única prima que tengo en España. Mi madre, mi hermana Patricia que es farmacéutica y mi hermana Ana que es profesora, trabajan en la academia. Regreso al pueblo siempre que puedo.

En mi infancia, siempre fui de las tres hermanas la que más tiempo pasaba en Hacinas. Allí aprendí a coser, plantar en la huerta y divertirme jugando en total libertad. Para mí Hacinas es sin duda el lugar donde le pongo pausa a una vida que siempre va muy deprisa. Ahora mismo estoy inmersa en el doctorado sobre cómo prevenir el cáncer de cuello de Útero en África y he estado estudiando en el pueblo disfrutando en soledad de la naturaleza y de la compañía de mi abuelo”.

Idiwaka es una pequeña ONG que tiene base en Madrid. Cristina comenzó colaborando con ella en 2018 junto a otros sanitarios que realizan proyectos en la misma en sus tiempos libres. “Yo coordino la parte de ginecología. Comencé hace tres años con el proyecto de cáncer de útero. Desde entonces he ido dos veces al año. La última vez el pasado mes de abril. He estado tres semanas en Esuatini, el que es considerado el país más pequeño de África. Es además en la actualidad la nación del mundo con más cáncer de cuello de Útero y también la que cuenta con más casos de sida.

Si comparamos el mundo desarrollado con África, las diferencias son abismales. En primer lugar no cuentan con los mimos medios. Allí no tienes acceso a pruebas médicas, no tienes tratamientos y tampoco cuentas con material en quirófano para poder operar de una forma segura. Eso desde luego te hace cambiar el chip. Todo va mucho más despacio y todo tarda mucho más tiempo. Al final ese es el ritmo que más debemos entrenar entendiendo que hay que darle tiempo a todo. Ahora eso sí, la gente allí es mucho más agradecida y tiene sin duda alguna un valor diferente de la vida. Seguramente porque la esperanza de vida allí ronda los 50 o 60 años, lo que hace que asuman antes la muerte. Viven la vida y la enfermedad de forma diferente.

Llévate solo los recuerdos, deja solo tus huellas decía el jefe indio Seattle. Una filosofía de vida que encaja a la perfección con el corazón de alguien que lucha por cambiar el mundo y hacerlo un poquito mejor. Cristina es, sobre todo, una activista y una gran médico que lucha por mejorar las cosas en aquellos lugares donde realmente necesitan ayuda. “La verdad es que gracias a esta ONG ya he podido visitar varios países y trabajar mano a mano con muchas culturas. En Uganda por ejemplo las mujeres son muy sumisas a los hombres pero al mismo tiempo muy simpáticas y agradecidas. En Camerún son más suspicaces, más desconfiadas, como las burgalesas en cierto modo. Lo que sí es verdad es que hay que trabajar con humildad y en equipo para que las cosas salgan bien. Muchas veces imponemos lo que tenemos que hacer y se trata de trabajar unidos porque de ellos también se aprenden muchísimas cosas.

Nuestra ONG lleva funcionando desde 2015. Financia sus proyectos a través de los socios. Al final los voluntarios nos lo pagamos todo y lo que se dona es para los proyectos. La verdad es que hacemos asistencia sanitaria sin olvidarnos de lo importante que es la educación sexual. Son reuniones largas, de tres y cuatro horas en las que debatimos. Es muy divertido y gratificante porque podemos hablar mano a mano con ellas. Es ahí donde te das cuenta de que son sociedades patriarcales donde la mujer no tiene muchas veces ni voz ni voto. He trabajado Camerún, pero sobre todo en Uganda. Allí llevo a un equipo que selecciono y que da formación al personal local para que los proyectos sean sostenibles. Tratamos también de que los lugares a los que van los voluntarios sean seguros. De hecho mi última visita a Esuatini ha sido porque hubo un brote de Ébola en Uganda”, matiza Cristina.

Además del trabajo, los voluntarios también tienen tiempo para viajar y conocer desde dentro la cultura, la historia y lugares mágicos de algunos de los países más bonitos y exuberantes del mundo. “Trabajamos de lunes a sábados. En Uganda por ejemplo estamos muy cerca de un Parque Natural y los domingos aprovechamos para visitarlo y disfrutar de los animales. También solemos organizar excursiones, rutas de senderismo o nos unimos a fiestas locales. Lo más difícil tal vez es acostumbrarse a que no tengas luz o agua, algo que en cierto modo te conecta con las historias del pueblo de tus abuelos cuando te contaban las carencias que tuvieron que vivir durante muchos años. La verdad es que cuando estoy en África siempre tengo presente a mi abuelo que suele recordarme que para ayudar que mejor que lo ayude él, aunque sé que en el fondo está muy orgulloso de mí como también lo están mis padres, a los que siempre invito para que se unan a uno de mis viajes”, explica.

Y es que los sueños son esas montañas lejanas que jamás pensamos alcanzar y que terminan por ser conquistadas con esfuerzo, constancia y determinación. Cristina siempre soñó con cambiar el mundo y en cierto modo está, poco a poco conquistando sus sueños. Metas alcanzables que se reflejan en su maravillosa y tierna sonrisa y en su sincera mirada. La de una joven comprometida con la lucha por los derechos de los más necesitado