viernes. 19.04.2024
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Los dos peregrinos en La Blanca.

DSC_0044El llamado 'Camino Castellano-Aragonés' en la llegada a Santiago de Compostela, sigue teniendo sus  adeptos. En estas jornadas de mediados de mayo cruzan por la comarca dos peregrinos procedentes de la ciudad francesa de Toulouse, población de la que partieron el 9 de mayo.

Los dos caminantes han elegido el Camino Castellano-Aragonés, y han disfrutado de un sendero que discurre por medio de un cambiante paisaje, y que, aprovecha en parte, la senda próxima a la extinta via de la Santander-Mediterráneo, desde Soria hasta cruzar Hontoria del Pinar.

El 'Camino Castellano-Aragonés', entre Gallur y Santo Domingo de Silos, cruzando por las cercanías de El Moncayo, el Urbión y Cañón de Río Lobos, La foto está tomada el jueves 18 de mayo.

El sendero tuvo sus orígenes en la Edad Media, a medida que se extendía la noticia del hallazgo de la tumba del Apóstol Santiago en el año 813. Como todas las rutas medievales, discurría por caminos que, en su gran mayoría, habían sido calzadas romanas y unían los núcleos de población más importantes de la época.

La Edad Media fue una época convulsa, caracterizada por la decadencia que, desde la desaparición del Imperio Romano, fue acrecentándose con los pueblos llegados del norte, godos, visigodos... fragmentándose el poder político y generando peleas internas que provocaron la llegada de los musulmanes a la península en el año 711.

En el norte de España, estaban los pequeños reinos cristianos y por el sur, se expandía con rapidez una nueva creencia, el Islam. La Iglesia tomó entonces una relevante importancia y el cristianismo impregnaba a todos, desde los nobles hasta los más humildes. Es en este momento cuando se produce el descubrimiento de la tumba de Santiago por el monje Pelayo.

Debido a esa nueva situación geopolítica, los primeros caminos de peregrinación a Compostela surgieron por el norte de la península y ya desde los primeros tiempos sirvieron de paso a peregrinos de tierras muy lejanas, como Gotescalco, obispo de Le Puy, en territorio de los francos, en el 915, o el eremita Simeón, de Armenia, en el 983.

En el s. XII, la peregrinación era ya una riada humana imparable. En 1120, el Papa Calixto II erige como sede metropolitana a Compostela, en detrimento de Mérida, que lo había sido desde los primeros tiempos de la cristiandad en la península, y dos años más tarde proclama el Año Santo Jacobeo. En 1139, Aymeric Picaud  escribe el «Codex Calixtinus».  Pero la reconquista avanzaba y se iban abriendo nuevas vías seguras de peregrinación. Las tierras por las que discurre este camino ya estaban reconquistadas en su parte occidental desde mediados del s. X. La comarca de «Pinares» no conserva signo alguno de que hubiera estado dominada por el Islam. Era el territorio de caza de osos y lobos de los monarcas cristianos, desde el tiempo de los visigodos. Por estos lugares discurre el Camino.

En 1146, el conde Ramón Berenguer IV respalda esta ruta de peregrinación desde Zaragoza a Santiago, por Soria, Silos, Burgos... Es en este siglo cuando el rey castellano Alfonso VIII, tan vinculado a Soria, funda el Hospital de San Leonardo y encomienda su dirección a los hermanos Pardo, que también regentaban el hospital de Valdefuentes, cerca de San Juan de Ortega, en lo que hoy conocemos como el «Camino Francés».

Los templarios, que tenían su centro de operaciones en el monasterio de San Juan de Otero, en el Cañón del Río Lobos, fueron los garantes de la seguridad de una ruta por la que venían catalanes y aragoneses, así como un buen número de peregrinos foráneos, como San Francisco de Asís, entre 1213 y 1215. Era la ruta idónea para todos los peregrinos que arribaban a las costas levantinas, ya reconquistadas, desde todo el Mediterráneo.  Son numerosas las muestras del espíritu jacobeo que jalonan todo el Camino.

Por la Tierra de Ágreda y las llanuras del Campo de Gómara se refundan los pueblos -una vez reconquistadas estas tierras, en el s. XI- y proliferan las iglesias que, afortunadamente, aún podemos contemplar. El estilo románico, propio de los siglos XII y XIII, nos acompaña  en un camino que discurre por los mismos trazados que ya usaron los romanos hace veinte siglos.

Peregrinos franceses por la ermita de La Blanca