miércoles. 24.04.2024

La Habana feliz, por Juan Largo

Juan LargoAntes, antes de que la suban a la UCI, tiene que ser antes, debe darse prisa, todo puede pasar en un instante, el mundo puede cambiar en un sentido o en otro en un instante.

Tiene que alcanzarla, verla en la camilla y decirle lo que le tiene que decir, se ha enamorado perdidamente de la chica, y recuerda cuando él llegó a la península y luego a la gran capital y luego aquí, con toda su ciencia de doctor cubano, aquí se había cebado especialmente el bicho, “tiene muy mala suerte este lugar, no le puede ir mal siempre”, y eso le dijo la chica aquella de un pueblo, Julita, en el pasillo de la unidad de urgencias, lo suficiente para que comprendiera él, y ella le habló de que era de un pueblo alto, donde nace ese río que corre hacia el otro lado del charco, “total no hay diferencia entre aquello y esto, todos sabemos andar un pie tras otro y sabemos pronunciar un verso, nuestra sangre es roja también, ¿o vais a ser distintos en algo los de La Habana?...”,  corría la chica porque un paciente necesita gotero y venían uno, dos, tres después mirando a todo el mundo con extrañeza y les dolía el cuerpo, otros tosían, el pecho, donde se clavan las flechas del amor, toda aquella gente había amado, toda aquella gente tenía un sentido y no se les podía dejar sin atención, confiaban en ellos, los sanitarios, “bueno, me encargo yo del primero”, dijo él, “tiene todos los síntomas, pero saldrá de aquí”, y ella le decía que en las fiestas se lo pasaba como nunca, en las fiestas de su pueblo, y que por qué no lo conocería para que viera cómo era, al pie de la montaña y los pinos, y en la fiesta bailaba tanto y tanto, porque todavía no tenía novio, decía ella, ah, y el vino era bueno, se lo pasaba fenomenal con las amigas, y había estudiado fuera del pueblo, se había hecho enfermera, no era mal trabajo, aunque lo de ahora, lo de ahora no se había visto nunca, “date prisa, Lezama, yo me encargo del siguiente”, bastantes grados de fiebre y una tos persistente, tiene que pasar deprisa a una cama, no se puede tener y sufre, “oye, ¿y por qué te llamas Lezama?..., me lo ha dicho una compañera…”, dijo ella, “¿no era un poeta de allá?”… Bueno, era un poeta cubano y me llamo porque me gusta su poesía, dijo él, ¿a ti no te gusta la poesía, Julita?... “¡Que si me gusta!... Un día voy a ver vuestro país, tengo ganas de ver La Habana, cuentan tantas cosas, la gente cordial y el malecón y la plaza de la Revolución, te lo digo porque me lo dijo una amiga que fue el otro año, ¡si pudiera irme…!, ¡si tuviera un amor!...”.  “No te preocupes por eso, chica, si es por eso no te preocupes, sabemos lo que es el amor… Si salimos de esta te prometo llevarte al Caribe”, y ahora ella iba en la camilla, y el llegó a tiempo cuando iban a entrar en el ascensor para arriba, “tomamos la Avda. 23 y cruzamos Avda. de Maceo y estamos ya en el malecón, donde al otro lado del mar está Florida, y el sol de La Habana arropa a los enamorados y llevan vestido blanco, como el que llevamos aquí... ¿Quieres que nos casemos en La Habana?... Eso es lo que te tenía que decir, Julita”, y espera él unos cuarenta y cinco minutos en la puerta y salen a decirle los colegas que ella no da positivo… El corazón de Lezama le bombea con prisa y sale a respirar afuera… 

 Juan Largo Lagunas

La Habana feliz, por Juan Largo