viernes. 29.03.2024

En defensa de la vida rural

Desde siempre a los que somos de pueblo  nos envuelven con ropajes de cierta torpeza en los medios capitalinos.

Muchos cómicos ratifican esa identidad con una larga lista de personajes: doña Rogelia, el tío de la Vara… pueblerinos soeces, vocingleros, de vocabulario cerril y lenguaraz, con vestimenta obsoleta y con un lenguaje gestual aparatoso y disparatado.

 Los que salimos a la capital en la adolescencia  para trabajar o realizar estudios nos apresurábamos a disfrazar nuestras vidas con actitudes amaneradas para borrar nuestro bagaje del medio rural de donde proveníamos sin entender que nuestra cultura empírica, tan efectiva y práctica para caminar por la vida, la llevábamos aprendida desde la infancia y que, lejos de sentir vergüenza, podíamos haber presumido de saber cómo parían las vacas, las yeguas, cómo amamantaban las cerdas, cómo anidaban las gallinas y cómo nos alimentábamos con los productos de las huertas y del cerdo. Sabíamos también de paisajes hermosos, de montañas heridas por el sol al atardecer y de cielos estrellados. Como añadido llevábamos aprendida la tolerancia en juegos callejeros y una gran imaginación vivida con juguetes descubiertos en mitad de la nada: unas piedras, palos, hojas o unas tabas eran joyas, comida, muñecos o juegos de competición.  

Han pasado los años y la despoblación ha dejado casi yerta la vida rural. Los pueblos viven en la marginación del poder político y económico. Hay demasiada gente en esa situación que dan en llamar “de exclusión social”.  Muchos jóvenes. Muchas familias. Pero que no intenten el regreso a los pueblos para “emprender” cualquier actividad que dé sustento a sus vidas porque en la escala de la Administración, y con más gravedad, desde los propios Ayuntamientos extenderán un gran mosaico de papeles para disipar su actitud de ayuda. Esos alcaldes leguleyos esclavos de secretarios que buscan  leyes oscuras y opositoras a cualquier solicitud emprendedora son los primeros responsables de no apostar por los vecinos sino por sus jefes, los del Poder. Por si acaso.

“Por grande que sea el puesto, ha de de ser  mayor la persona” (Baltasar Gracián)

           

            Guadalupe Fernández de la Cuesta

En defensa de la vida rural