Podemos ir a la competencia con otros personajes. Unas bicis cargan el peso de unos niños aprendices de corredores descerebrados: ¡Mira mi niño qué bien sabe montar en bici!... Pues el mío se las apuesta con su padre, no veas, es que me sale muy deportista, cómo le da al balón… Si hija, no te digo el mío, vamos que no hay quien le meta un gol... A mis niños los llevo a un cole de religiosos porque allí no hay casi inmigrantes y tiene unos amigos de familias bien consideradas. Dónde va a parar. Les dan clase de pim pam pum, de bullera, de chítola… Y salen del colegio, que ni te cuento, muy bien preparados para la Universidad. Además, por ser líder en traspasar esa frontera de la perfección, no va a engrosar el pelotón de la medianía donde se desenvuelve el sentimiento solidario de la igualdad. De esta forma conseguirá toda una retahíla de éxitos en los resultados académicos, en los emparejamientos con la personas de su “parigual” y en la subsistencia económica del vivir como amo y no como obrero.
Educar para competir es un estímulo tramposo, egoísta, donde se tilda a los demás, y sobre todo a los diferentes, como vagones de un tren arrastrados por la locomotora del líder. Y así nos va. El “yo” y el “mi” dialogan con demasiada frecuencia. ¿Dónde se esconden las terceras personas? Hasta en las “Peñas de Amigos” se compite para transformar cualquier actividad en una carrera de obstáculos cuando sobran acciones de divertimento y ayuda a la empatía social. Ignoro cuáles serán los mecanismos psicológicos que azuzan los ánimos para estar siempre los primeros en la fila en cualquier reparto de entretenimientos u otra función cualquiera. ¿Qué tipo de medalla se impone a los que participan en las diversas tareas de divertimentos y transforman el ocio en una gresca? ¿Competimos también los de la edad tardía? Bastante. Por ejemplo, siempre vislumbramos nuestro mejor pasado festivalero en días de celebraciones Y ya puestos en años, entramos en rivalizar los diagnósticos de las enfermedades, a ver quién sufre más y toma mayor número de medicamentos… O por el paseo más o menos largo por eso del azúcar, el colesterol… O el mejor disfrute de nuestras vidas… Ahora me toca acusar con toda vehemencia a todos los defraudadores fiscales que entran en competición para evadir el pago de impuestos de manera intencionada y luchan por descubrir las mejores mañas o artilugios para hacerlo. Luego se pavonean de su inteligencia porque, a lo mejor, demuestran la legalidad del fraude. Los dineros están mejor debajo de su colchón que en manos de los gobernantes. Y así, entre otras cosas, nunca llegarán a pueblos vacíos. “Pa qué”. “Pa na”.
“Es propio de aquellos con mentes estrechas, embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza”. Antonio Machado.
Guadalupe Fernández de la Cuesta