jueves. 25.04.2024

Saber escuchar

 
En estas fechas vacacionales llegan los reencuentros con quienes  hemos compartido el recorrido de nuestras vidas 

y el saludo se hace cariñoso, entrañable, sin evitar las preguntas por todos aquellos pormenores familiares o de la salud que pueden quebrar el sosiego del vivir. Si la concurrencia excede de un hablante y un oyente, la armonía del diálogo se disipa entre la queja y las comparaciones: “Pues, hija, tengo unos dolores de espalda que no me dejan vivir...”  “Anda que yo… mira, no puedo ni andar…”  “Bueno, no sé de qué os quejáis, a mi me han ingresado de urgencias con unas fiebres altísimas… y aquí estoy”… La retahíla de chismes y diretes atrapa  muchas veces  a personas ausentes en esta asamblea de las lamentaciones y en este contesto  aparecen los que preguntan por todo para estar bien enterados. Son los fisgones de vidas ajenas, los chismosos, los correveidiles. “¿No sabes? Creo que fulanito tiene a toda su familia en el paro… y que su hijo se separa. Y con tres niños… Eso he oído, hija… “

            No nos escuchamos. Oímos lo que dice el interlocutor pero no implicamos esa capacidad de ponernos en el lugar del otro, de averiguar sus sentimientos, sus inquietudes, sus miedos. En definitiva, saber lo que piensa. Ponerse en el lugar de aquellos a quienes nos dirigimos no es tender la mano desde arriba, de los que dan para recibir agradecimiento. Esta actitud  es la más  perversa de los egoísmos. Saber escuchar es concentrarnos en aquello que oímos para guardarlo en la memoria y no olvidar a la vuelta de la esquina. Saber escuchar es hacer un viaje de ida y vuelta: dialogar para resolver, hablar para remediar, atender para diluir la angustia o para celebrar los éxitos.

            Nadie puede comprender otras vidas si no pisan la misma calle ni les cobija el mismo cielo. Nuestra desafección por la clase política es el desencuentro entre los gobernantes y los gobernados. Mientras la grieta social aumenta entre ricos  - cada vez más ricos-  y los pobres –cada vez más pobres-, los políticos viven amurallados en compartimentos estancos donde cuidan y desempolvan los sillones del poder. Las cifras de niños hambrientos y de familias en exclusión social que ha publicado Cáritas no enlazan con esas cifras macroeconómicas y frases grandilocuentes sobre niveles de mejora en las finanzas del Gobierno.  Saber escuchar a los ciudadanos pasa por todas las administraciones públicas “¡Ay, cómo me duele el alma!”  Ellos no podrán contestar: “Pues anda que yo…”  Porque no están en la calle. Y no se ponen en nuestro lugar. Por encima de unos papeles leguleyos, están las personas. Y tienen rostros.

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