Dice Bécquer que “…el otoño es la época en que las hojas se visten de poesía y la Naturaleza nos muestra su arte más hermoso”. Sabemos bien de los colores otoñales de las escobas, las aulagas, los helechos, los espinos… y sobre todo las hayas que abrazan al verde de los pinos con sus amarillos exultantes. El paso del tiempo hace que las hojas se vistan de marrón y caigan. Y en el campo puedan compartir los humedales con las diferentes clases de setas ahora inexistentes. En nuestra tierra el otoño es el arte más hermoso de nuestro ecosistema y enmarca los mejores cuadros de Sorolla. El singular proceso climático que estamos viviendo se ha llevado por delante todos los matices del cambio otoñal. Nuestra vista otea el cambio súbito del amarillo al marrón con los suelos pardos, terrosos, sin vida. No hay setas. Menos mal que los animales se preparan para el largo invierno en su época de “La Berrea” con su cortejo y el aparejamiento. Y los escuchamos con deleite.
Pero los campos desolados sin matices de colores y el aire contaminado influyen en nuestra salud y en la de nuestros bosques. Nuestra salubridad es el bien más preciado y esencial para una vida. Ese pleno bienestar físico y mental necesita una asistencia sanitaria y educacional que atienda a nuestros derechos. Es lo que pedimos. El respeto hacia los demás es el primer paso para una convivencia pacífica. Es el valor que nos permite captar y valorar las cualidades de los otros y de todos sus privilegios. Ahora, en nuestro presente, expresamos las ideas de manera directa y rotunda, sin ambigüedades, enfatizando el significado de lo que decimos porque estamos en posesión de la verdad absoluta. Creo que la cosa más difícil para crecer como personas, aun en las edades de los mayores, es tratar de conocernos a nosotros mismos. Pero es verdad que nos cuesta menos trabajo buscar defectos en los demás. Debemos aprender de los matices de la Naturaleza. Todas las plantas se necesitan para subsistir. Una de las cosas más sabias que podemos hacer en esta vida es tratar a los demás con el respeto que nos debemos a nosotros mismos. A veces, nuestros gobernantes tienen el arte de crear problemas para mantenernos en vilo generándonos zozobra e inquietud. Se pueden matizar las ideas con las palabras precisas, con una voz y gestos modulados hasta llegar al encuentro de una empatía saludable aún con ideas diferentes. Tengo la convicción de que en la vida no nos importan los objetivos que nos marcamos, sino los caminos que elegimos para conseguirlo. Y no encontramos el sendero porque, a veces, desconocemos el arte del hablar o escuchar para alcanzar nuestros deseos. Yo escribo mi senda: “Que los hijos de nuestros hijos/ y de sus hijos los nietos/ y por muchas generaciones/ puedan llenar de verde la sierra/ y de humanidad el aire”.
Guadalupe Fernández de la Cuesta
