jueves. 20.11.2025

50 años del arranque de una democracia asentada pero incompleta

Estos días se está conmemorando el medio siglo en un cambio político y social que ha marcado la historia de estas décadas en España.

El actual sistema democrático se acogió entonces con gran ilusión y unas ganas nuevas de participar en la vida pública. Quienes éramos críos vivimos esa experiencia como una continua ráfaga de novedades, una relajación de las costumbres y tradiciones, y una innovación en la cultura, música, la forma de vestir y nuestros gustos y preferencias.

Nos daba la sensación que todo lo que nos había pasado era culpa de Franco. El régimen anterior estaba caducado, y necesitaba un aperturismo que desembocaría en ‘la movida’ de los años ochenta que, entonces nos parecía lo normal, lo que tocaba, y que ahora añoramos como irrepetibles.

Tenemos la memoria frágil. Y tendemos a idealizar los tiempos pasados. En las zonas rurales, este movimiento de cambio no se produjo de forma brusca, sino escalonado. Y todavía había muchos ‘Franco’ en ayuntamientos, asociaciones, en parroquias o en colegios. Dominaba un sistema que ya no gobernaba, pero que estaba arraigado en la sociedad del momento.

La paradoja de este cambio es que cuando todo ha empezado a tener plena vigencia en los pueblos,- hoy ya muchos ni siquiera saben qué fue el franquismo-,  resurgen ideas, planteamientos, críticas y posiciones que nos vuelven a posicionar en la casilla de salida. Es como si nos hubiéramos hartado de un sistema que, de no ser perfecto, es el que más se aproxima a una realidad más igualitaria. Queremos creer que nosotros elegimos a los representantes en las instituciones, hay una Constitución que respeta a las minorías y una Justicia que defiende nuestros derechos. Frente a esto, nos encontramos con un sistema desigual, con una enorme brecha entre quienes nunca han dejado de atesorar poder, dinero e influencia, y quienes  viven en la indigencia.

 El Franquismo en las zonas rurales ha seguido anidando hasta hace cuatro días, aunque no lo identificáramos como tal, y cuando deberíamos tenerlo superado, vuelve en forma dulcificada. Tendemos a meter todo en el mismo saco,  y comparamos un Gobierno como el actual, controlado por un partido que tiene entre sus filas a evidentes corruptos, con una dictadura como la que sufrieron nuestros padres y abuelos que dejó a un país aislado y que recuperó los viejos miedos de las sociedades tradicionales, anulando a varias generaciones, especialmente a los grupos vulnerables.

Este aniversario debe de hacernos ver la dimensión del problema que se generó en unas décadas difíciles y complicadas para todos. Que miremos con una distancia en el tiempo no debe de llevarnos a una visión distinta, por muchas complicaciones que tengamos en un sistema democrático que, en muchas cuestiones, nos sigue repugnando a muchos. Nada es comparable a lo que se vivió en la guerra, postguerra y dictadura, aunque a veces sintamos que nada, o casi nada, ha cambiado del todo. En nuestras manos está procurar que un tiempo así no se vuelva a repetir.

 

50 años del arranque de una democracia asentada pero incompleta