miércoles. 24.04.2024

Sin miedo a envejecer

Hago esta reflexión cuando evalúo mis comportamientos actuales y hago comparaciones sucesivas con la experiencia del vivir a través de los años.

 

 

           

Envejecer supone el haber escalado una alta montaña, con sus múltiples dificultades y decepciones, hasta conseguir la meta. El primer obstáculo que vamos salvando es pasar la hoja, día a día, en el calendario de la vida. Cuando fijamos la mirada hacia la ladera por donde hemos ascendido, vemos nuestro comportamiento vital a través de los años y reflexionamos en sus consecuencias, tanto a nivel físico como emocional. A todos, en alguna etapa de este viaje existencial, hemos tenido encuentros con abismos dolorosos y los solventamos con el buen hacer de nuestro campo emocional. También recordamos con claridad todos los acontecimientos felices que hemos vivido y llevamos guardados en una memoria inquebrantable. Esas vivencias son los bastones que hundimos en el suelo para asegurarnos la estabilidad en los terrenos escabrosos del ascenso final. Y ya llega el descanso en la cumbre donde se otea una sublime naturaleza pueblerina con una orografía espectacular. En esta quietud del alma contemplamos los montes de pinos, hayas, matorros... y hacemos el inventario en los archivos de nuestro cerebro con la mirada amplia, libre y serena. Y programamos el archivador para guardar los acontecimientos que nos esperan por vivir.

            Saber envejecer es la mayor de las sabidurías, y uno de los más difíciles capítulos por aprender en el libro de la vida. En estos años es perentorio huir de la soledad. En los pueblos, aún vacíos, se puede hablar con alguien dispuesto a responder a nuestro saludo y demás entelequias de la imaginación. O de la realidad. Aún con la movilidad reducida, se puede ver y oír la vida desde la puerta de casa. Y percibir algún sonido en el entorno de una naturaleza sublime que nos llama a la vida. Una vez instalados en la cumbre del vivir, tal como hacen los buenos alpinistas, necesitamos oxígeno para subsistir. Parte de este oxígeno existencial lo llevamos a cuestas a través de nuestras propias actividades: cuidar un huerto; sembrar y cuidar flores; leer libros añejos; hacer los arreglos oportunos en casa… Pero la máquina del oxígeno, la que devuelve la oportunidad a una vida satisfactoria, se llama “Asistencia Social”. Este aire se puede colar a través de varias rendijas. Una de ellas es la comunicación verbal a través de una llamada telefónica de profesionales de auxilio sanitario. Otra es la ayuda domiciliaria para las personas carentes de movilidad. Esta segunda opción, nos dirán, es una entelequia. Sólo existe la opción de las Residencias de Mayores.

Con pensamiento positivo, otro futuro puede ser factible. Somos conscientes de lo que hemos sido; de nuestra convivencia; de nuestra información;  de nuestra economía… Aún así, percibimos la ausencia de los que nos rodean. Pero no tenemos miedo a la vejez, aunque suenen argumentos negativos. Creemos en la humanidad de las personas y en sus actitudes solidarias. Hemos construido una sociedad, la nuestra, más desarrollada y vital. Y ahí la dejamos.

 Recupero unos versos de viejos poemas míos y que hoy suscribo: “Mi fantasía manejo con libertad/ en la cuna del cielo/ vuelo pausado y gozoso/ que transforma en luz/ los negros pensamientos”/

                        Guadalupe Fernández de la Cuesta

           

Sin miedo a envejecer