miércoles. 13.11.2024

Sabemos hablar, leer y escribir

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

 

Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, y algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda”

           Este inicio del libro de D. Quijote de la Mancha lo conocemos de la escuela aunque entonces no pasáramos de las primeras páginas. Y menos ahora. Lo refiero aquí porque ayuda, y mucho, a comprender las descripciones, diálogos y, en definitiva, la narración de las aventuras mordaces y divertidas del ingenioso hidalgo de don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza. Y también nuestros relatos. Todo es empezar. Leer a Cervantes no implica tanto embrollo. En su narración aclara, por ejemplo, como el hogar del Quijote es…”la de un hidalgo pobre que no empleaba lanza en astillero; ni adarga antigua por no poder renovar su armamento. Las redundancias de “rocín flaco” y “galgo corredor” dicen de lo poco que podía alimentar a sus animales domésticos… La comida era su preocupación dominante. Los “duelos y quebrantos” era la pitanza de los sábados: una típica comida manchega a base de huevo revuelto, chorizo y tocino de cerdo. O sea que esos días no iba mal comido.            

En nuestra tierra manejamos con soltura el lenguaje cervantino. Se habla con propiedad, con ese sentido común que ubica a cada palabra en el lugar que le corresponde en cada contexto. A las palabras las dotamos de cuerpo y alma, que es lo mismo que decir, “significante” –los fonemas que emitimos- y “significado” lo que deseamos expresar. Y lo hacemos con soltura, y nos servimos muchas veces de un lenguaje gestual por si acaso no entienden nuestro discurso. Ambos, significante y significado, conforman el signo lingüístico que desde la Prehistoria nos permite la comunicación entre los seres humanos. Estas palabras, tan sensibles ellas, sufren todo tipo de travesuras y excesos con transgresiones insoportables en el lenguaje hablado y escrito. Muchas feministas atribuyen connotaciones sexistas a numerosos vocablos capaces de conducir, por sí mismos, a igualdad del hombre y de la mujer. Se ha recuperado el género femenino para los nombres de profesiones ejercidas en exclusividad por varones y que ahora comparten mujeres en igualdad de trabajo (¿y de salario?). Cuando se violenta a los géneros gramaticales en algunas palabras provocamos una modificación del significado de forma sustancial: Yo no ni “miembra” de ninguna Comisión. Puestos a dirimir sexos diríamos: “testiga” “pacienta” “soldada”… “taxisto” “atleto” “pianisto…

Mientras escribo, oigo el asesinato mujeres en manos de sus parejas o ex-parejas. El odio y el crimen no nace por sexismo en el lenguaje sino por un grave error educacional y social. El lenguaje tiene un solo carisma: Humanidad.

 

Sabemos hablar, leer y escribir