miércoles. 02.07.2025

Recordar es vivir

Estamos viviendo momentos de tal incertidumbre que la felicidad debe aprovecharse en el momento que se presenta. Ahora tildamos de falta de honestidad y honradez a toda la clase política. Todos son corruptos.

 

 Y eso no es verdad. No son todos. En mi viaje de la vida y en mi trabajo como maestra he llevado a mi cerebro un buen aprendizaje: nuestras reflexiones más difíciles son aquellas que nos llevan a conocernos a nosotros mismos y las más fáciles es hablar mal de los demás. En mi presente vivo una ausencia irreparable y estoy buscando el modo de atrapar cada momento como un regalo del vivir. Por ello recurro a mi memoria añeja donde llevo trazado un paraíso sin límites aunque aparezcan muchas roturas en los espejos donde miro. Los recuerdos son una forma de aferrarte a las cosas que amas, de dónde somos y de dónde venimos. Podemos cerrar los ojos a la realidad pero no a los recuerdos.

          Mi memoria recorre el período de tiempo previo a la estampida de la emigración en los años sesenta cuando la vida rural se hizo insostenible y las ciudades recogieron el aluvión de gentes desarraigadas de su hábitat social y familiar. Hasta ese momento el sostenimiento económico de los pueblos sufría pocas variaciones respecto a generaciones anteriores, y los hábitos de trabajo de los ciudadanos eran copia de actitudes atávicas sin grandes modificaciones. Los pueblos abrigaban una densidad de población infantil muy alta que llegaría a ser, en la edad laboral, la puerta de entrada a otra cultura diferente bajo la sombra del desarrollo industrial y tecnológico. Nuestros hijos y nietos desconocen, por no vividos, la secuencia de las obligaciones, según el calendario, de los trabajos en el campo, en las huertas, en el cuidado de los animales, y los quehaceres abrumadores relacionados con la “mata de los pinos”. Por entre los caminos del pinar dejaban su huella los caballos con cargas de leña sobre aparejos con ganchos de madera que se llevaban hacía las leñeras para alimentar las llamas del invierno. El golpe seco de las hachas y el “ris ras” de los tronzadores de mano se agigantaban con el eco de los pinos. En estos días de entrada al verano con el campo aún pintado de matices verdosos, desfilan ante mi mente hombres y mujeres sentados en “bancales” en busca del ocaso del sol enmarcando los perfiles de los montes en un cielo perezoso a la noche. Acudimos a memoria -una nadería en el cómputo de la Historia- para el relato a nuestros descendientes de los trajines de la vida en los pueblos. Y a ellos les parece que hablamos de la época del Neandertal.          

     Un paseo rutinario de un día cualquiera rememoro versos del poeta Antonio Machado: “Yo voy soñando caminos/ de la tarde. ¡Las colinas/ doradas, los verdes pinos,/ las polvorientas encinas!.../ ¿Adonde el camino irá?”/ “Y todo el campo un momento/ se queda, mudo y sombrío, / meditando.”/ El mapa de nuestra tierra dibuja pueblos semivacíos. Quizá la crisis de trabajo en la gente les haga girar la mirada hacia lugares con estrategias de futuro. Habrá que echar imaginación y valentía para ser los primeros en encender las luces de un posible desarrollo rural. Eso esperamos.

                    Guadalupe Fernández de la Cuesta

 

Recordar es vivir