En el escaparate de la juguetería, se amontonan seis o siete niños, con sus manitas pegas al cristal y sus caritas de asombro.
Me veo reflejado en ellos, hace muchos muchos años, cuando llegaban estas fechas y esperaba los regalos de Navidad que llegarían en pocos días. Me viene a la memoria un día concreto, de la mano de mi abuela…
El viento se ha levantado y mueve mi bufanda. El olor a churros me llega desde el otro lado de la plaza, y cierro un momento los ojos para deleitarme en él. Cuando los abro, los niños ya no están en el escaparate, y los juguetes han cambiado. No hay juegos electrónicos, pero puedo distinguir una Mariquita Pérez, coches Seat 600, máquinas excavadoras, Scalextric e incluso el Juegos Reunidos.
Una mujer mayor se aproxima con su nieto de la mano, van riendo, creo que quizá cantando un villancico en tono bajo… Es ella. Veo a mi abuela conmigo de la mano, su eterno abrigo marrón con cuello de pelo, mi trenca y mis pantalones cortos, los calcetines hasta las rodillas. Hace frío. La bufanda azul, casi igual a la que llevo ahora.
Quiero acercarme, pero mis pies están clavados en el suelo de la plaza. Echo un vistazo rápido y veo que también ésta ha cambiado. Los coches pasan cerca, y aparcan en el mismo centro, pero parece que no me ven. Hay algunas tiendas que creo reconocer, algunas de las que han sobrevivido hasta mis días: la sombrerería, la mercería, un bar…
Vuelvo la vista a mi abuela, ahora nos hemos parado en el escaparate de la juguetería. Recuerdo de golpe ese día, ella iba a comprar un regalo para el abuelo y yo la acompañaba, porque sabía que, si iba con ella, tendría un regalo: un churro, un caramelo, quizá un pequeño juguete del mercado… Pasamos dentro y la puerta se cierra tras nosotros.
El viento levanta de nuevo mi bufanda, que me tapa la cara. Al bajarla, he vuelto al presente. Los niños ya no están, tampoco los coches, mi móvil vibra en mi bolsillo. Estoy aturdido, pero meto la mano por inercia para contestar. Lo que saco no es el móvil, sino la pequeña excavadora amarilla que mi abuela me compró ese día, y que juraría que había perdido hace más de 40 años…