Desde mi ventana
La tarde transcurre lentamente con el goce de una lectura especial. No leo las palabras de un libro que relatan acontecimientos novelados o históricos perfectamente hilados en su estructura narrativa.
La tarde transcurre lentamente con el goce de una lectura especial. No leo las palabras de un libro que relatan acontecimientos novelados o históricos perfectamente hilados en su estructura narrativa.
Era mi madre una excepcional narradora de cuentos. Mis hermanos y yo nos hemos beneficiado de aquellos relatos ancestrales donde los personajes dibujaban sus siluetas en un coqueteo de ficción entre escenarios regios y sombras tenebrosas.
En los libros de Historia quedará reflejada esta pandemia del covid 19 como un reflejo indeleble de nuestra condición humana, sometida al “quehacer” de un coronavirus.
El filósofo griego Diógenes daba siempre la misma respuesta a la pregunta sobre su origen: “Soy ciudadano del mundo” –kosmopolités-. Él no se veía a si mismo como “habitante” de un lugar determinado adscrito a una nación, credo, raza o estrato social, sino un sujeto poseedor de humanidad.
Nunca, en mi vocabulario usual he utilizado la palabra “desescalada”. En mi casa, había una escalera de ascenso a la vivienda y al desván con unos “escalones”.
En los días de nuestra vida, desde la infancia hasta la senectud, hemos soñado con situaciones imaginarias dando pábulo a leyendas o tradiciones ajenas a la realidad.
Seguimos con este “encarcelamiento” impuesto para asegurar nuestra subsistencia. Sobre todo a partir de los 65 años de vida, a quienes se nos denomina ancianos.
En esta etapa de la soledad vivida con el confinamiento, los mayores acudimos a los recuerdos de nuestras emociones. Me viene a la memoria una canción de Iva Zanicchi: “Orilla blanca, Orilla negra”.
Estoy sentada frente al ordenador sin poder evocar un pensamiento positivo. Son los sentimientos de la pandemia del “coronavirus” los que ciegan una inteligencia crítica.
Cuando me pongo a escribir estas palabras, soy consciente de estar grabando, en lenguaje escrito, un relato trascendental en la historia de nuestras vidas.
Son fechas en las que había decidido hablar de nuestros recuerdos en las fiestas de Carnaval, y de su trayectoria de reciclaje festivo en diferentes pueblos de nuestra tierra.
En este breve relato cuentan sólo los años transcurridos, y no los siglos, aunque así lo parezca.
Estamos ya sumergidos en la estación de la primavera. En nuestra orografía se aglutinan los matices de colores en un armonioso cuadro hecho de materiales de una naturaleza sublime.
A mis años he vivido una de esas experiencias inolvidables, imperecederas, esos sucesos que se graban en nuestro campo emocional y modifican los hábitos de conducta.
Ahora queremos conservar la salud siguiendo un régimen riguroso de comidas, tan estricto, que se nos trasforma en una enfermedad irritante.
Es el invierno muy propicio a las elucubraciones sobre proyectos de conducta personal, entre otras razones, para darnos una mejor calidad de vida.
En estas fechas de espíritu navideño, tal y como reclaman los anuncios publicitarios, nuestro cerebro es una asombrosa biblioteca con los recuerdos hechos libros celosamente guardados en las estanterías de nuestro campo emocional.
No hace falta ser un erudito para conocer la historia de nuestras tierras. En los pueblos se asienta la memoria histórica de algunos centenares de años.