Nieve, Hielo y Soledad
Hoy, mis palabras se hilan con los sentimientos de añoranza de los años pasados, en un recorrido por entre las conductas y quehaceres de la tierra que me vio nacer.
Hoy, mis palabras se hilan con los sentimientos de añoranza de los años pasados, en un recorrido por entre las conductas y quehaceres de la tierra que me vio nacer.
Para iniciar el paso al nuevo día del Año Nuevo hemos batallado en Neila, mi pueblo, contra toda una suerte de adversidades dignas de contar.
Me cuenta una amiga sus andanzas por Madrid en este contexto de pandemia. Vive sola y las limitaciones de relaciones sociales, por causa del coronavirus, barren sus emociones positivas. Por ello, me dice, salgo de casa para ver exposiciones; entro por las tiendas a husmear; voy al cine; quedo con alguna amiga… Es que si me quedo en casa, voy a enfermar de la cabeza. Y eso es peor que el virus.
En esta etapa otoñal de pandemia hemos disfrutado de un paisaje sublime con todos sus matices dorados enmarcados en una orografía de ensueño.
En la escuela del vivir en los pueblos conocemos tareas nunca olvidadas y poco comprensibles para las siguientes generaciones.
En la orografía que me rodea están impresas las historias de mis antepasados que se han inoculado en mis genes como un aditivo más en mi desarrollo empírico y emocional.
Emulo con este título, al famoso filósofo francés del siglo XVII René Descartes y su famosa cita: “Pienso luego existo” donde acentúa el papel de la razón para conocer la realidad objetiva que nos circunda.
Entramos en el otoño, una etapa del año acorde con la arribada próxima al frío invernal. Se van tiñendo de amarillo algunos retazos en las ramas de los chopos, hayas, robles, encinas… como perlas de oro enmarcadas en el horizonte del “Alto pinar” de García Lorca.
Son los gestos una actitud indeleble en nuestra comunicación, y con muchos significados dentro de cada contexto social.
Las palabras se enredan en trayectorias inexpugnables cuando la vida discurre en un monótono deambular por los estrechos y oscuros caminos de la incertidumbre
Estoy escribiendo pasadas veinticuatro horas de mi deambular junto a las lagunas Negra y Larga de mi pueblo, Neila.
En el abordaje a la palabra “Sombra” nos llegan múltiples significados para un solo significante de seis letras.
La tarde transcurre lentamente con el goce de una lectura especial. No leo las palabras de un libro que relatan acontecimientos novelados o históricos perfectamente hilados en su estructura narrativa.
Era mi madre una excepcional narradora de cuentos. Mis hermanos y yo nos hemos beneficiado de aquellos relatos ancestrales donde los personajes dibujaban sus siluetas en un coqueteo de ficción entre escenarios regios y sombras tenebrosas.
En los libros de Historia quedará reflejada esta pandemia del covid 19 como un reflejo indeleble de nuestra condición humana, sometida al “quehacer” de un coronavirus.
El filósofo griego Diógenes daba siempre la misma respuesta a la pregunta sobre su origen: “Soy ciudadano del mundo” –kosmopolités-. Él no se veía a si mismo como “habitante” de un lugar determinado adscrito a una nación, credo, raza o estrato social, sino un sujeto poseedor de humanidad.
Nunca, en mi vocabulario usual he utilizado la palabra “desescalada”. En mi casa, había una escalera de ascenso a la vivienda y al desván con unos “escalones”.
En los días de nuestra vida, desde la infancia hasta la senectud, hemos soñado con situaciones imaginarias dando pábulo a leyendas o tradiciones ajenas a la realidad.
Seguimos con este “encarcelamiento” impuesto para asegurar nuestra subsistencia. Sobre todo a partir de los 65 años de vida, a quienes se nos denomina ancianos.
En esta etapa de la soledad vivida con el confinamiento, los mayores acudimos a los recuerdos de nuestras emociones. Me viene a la memoria una canción de Iva Zanicchi: “Orilla blanca, Orilla negra”.