Las cosas del comer
Hoy dejo atrás la salmodia de la crisis económica y demás elementos enlazados con la hartura de corruptelas varias.
Hoy dejo atrás la salmodia de la crisis económica y demás elementos enlazados con la hartura de corruptelas varias.
Es el mes de Enero un mes mustio, macilento, brumoso, como un cuarto de paredes vacías velado por las sombras de un amanecer tardío.
Bueno, tenemos aprobada una ley de Educación, la LOMCE de nuestro ministro Wert.
Desde siempre a los que somos de pueblo nos envuelven con ropajes de cierta torpeza en los medios capitalinos.
El frío se ha vestido de blanco y cubre el paisaje. La nieve me trae recuerdos encadenados en la memoria lejana. Esa bendita memoria se acomoda y se regodea en lo mejorcito de nuestra papilla cerebral.
Un paseo por entre pinos solemnes, encumbrados, grandiosos, blandiendo sus ramas al viento con remates de sol produce siempre una conmoción de los sentimientos.
Los sentimientos de duelo por la ausencia de aquellos que sembraron sus vidas en el mismo surco de nuestra existencia son privativos del campo emocional de cada ser humano.
Soy una arrecida. Vaya. Ya lo he dicho. Y eso que estamos viviendo un otoño dulce y bonachón con tardes de clima suave para pasear por los caminos de las solanas.
Quería yo hablar, en este otoño recién estrenado, de nuestros pueblos de la sierra semivacíos por la ausencia de los que abren las puertas a la vida en la temporada vacacional;
En mis paseos rutinarios por el monte reconozco que la mirada se me pierde por el alto pinar, como las palomas de Alberti, y observo extasiada los hilos de sol que hilvanan de rojo los troncos y alargan las umbrías en los valles.
El ordenador encendido en el cuarto donde escribo emite una luz blanquecina, como de estaño, y envuelve mi cerebro deshabitado de palabras y de ideas. Somos la generación del “Gran Salto”.
Escribo entre rumores de un río cercano al que salvaguardan con sus lanzas de verde umbroso unos chopos soberbios, erguidos, encaramados al cielo casi transparente de la tarde.